Lo que parecía ser una colaboración creativa se ha convertido en uno de los momentos más tensos —y reveladores— de los últimos días. Rosalía contactó con el diseñador mallorquín Miguel Adrover con la intención de vestir una de sus piezas. Pero el intercambio de correos entre su equipo y el diseñador no terminó como muchos esperaban.
Adrover, lejos de aceptar la propuesta sin más, decidió hacer público el intercambio a través de su cuenta de Instagram, acompañado de un mensaje directo en el que señala a la artista por, según él, guardar silencio ante lo que está ocurriendo en Palestina. «El silencio es complicidad», escribió, apelando a la responsabilidad pública de quienes tienen una plataforma masiva.
El tono del mensaje no fue agresivo, pero sí contundente. Adrover dejó claro que admira el talento de Rosalía, pero que espera más de figuras con tanta visibilidad. Y la cantante, en lugar de ignorarlo o responder desde el enfado, optó por una reflexión abierta y honesta, publicada en sus stories.
«Es terrible ver día tras día cómo personas inocentes son asesinadas y que los que deberían parar esto no lo hagan», escribió Rosalía, dejando claro su postura y condenando la violencia. Admitió también que no siempre utiliza su plataforma como a otros les gustaría, pero insistió en que señalarse entre iguales no es la forma, y que el foco debería estar «hacia arriba», en quienes tienen poder real para actuar.


Su mensaje, lejos de ser una defensa cerrada, fue un ejercicio de vulnerabilidad y autocrítica: «En un mundo como el de hoy en día todxs vivimos en constante contradicción, yo la primera», reconocía.
Este cruce ha puesto sobre la mesa una conversación cada vez más presente: ¿qué se espera de los artistas en contextos de crisis? ¿Deben posicionarse siempre? ¿Cómo hacerlo sin convertir el gesto en una estrategia estética?
Más allá del ruido y los titulares, lo que deja este episodio es un intercambio complejo, lleno de matices, donde no hay un villano claro, pero sí un recordatorio incómodo: la visibilidad es poder, y usarla —o no usarla— siempre tiene consecuencias.
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